Que difícil se me hace cada día entonar la melodía del piano. Siempre toco las mismas notas. Sutilmente me siento en el sillín y lo abro suavemente, no tengo ánimos nunca, suelo tirarme un tiempo embobado en algún detalle de la noche. El piano está un poco roto ya, sucio y con polvo, esta triste. Ya tenemos algo en común. Por eso me gusta, no lo tengo que limpiar, no lo tengo que arreglar, para que, lo mejor será que acabemos esparcidos por la casa, como si fuésemos pequeñas motas en el tiempo.
Me dispongo a tocar ese piano acacharrado y viejo tras una noche difícil, empiezo a tocar a un ritmo ‘’adagio’’, quiero que la melodía dure más de lo que quisiera que durase, no estoy preparado, me apetece atormentarme, soy masoquista, no lo puedo evitar afligirme lentamente.
Toco algo triste, el piano me lo agradece y la primera nota que suena parece que no a sido muy desafinada. Va tonando forma, va tomando figuras, va tomando recuerdos en mi mente.
Por momentos me contentaba con verla sonreír. Me llenaba, aunque que vaso más pequeño tenía.
Sigo tocando con mis dedos familiarizados en el teclado, evitan las pequeñas astillas que se asomaban ágilmente para poder tocar otra nota. La tecleo suavemente, como si la vida me fuese en ello. Un sonido chirriante sale.
‘’Encantado de haberte conocido’’.
Me animo a seguir, este teclado nunca suena igual aunque toques lo mismo. Supongo que por eso me hace que me aventure todas las noches. Yo le prometo no limpiarle n hacerle un buen apaño para que reluzca ante visitas. El me promete tocar algo distinto para mí.
‘’ ¿Qué tal?’’ (No quiero confesarte que me desgarro por dentro porque me regales cinco minutos).
¡Blommm!
- Le voy a dar al ron, al menos no tiene goteras como este piano, ¡siempre húmedo!
Sergi García Salvador
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