miércoles, 7 de septiembre de 2011

Homenaje a mi amigo Juan


Todo el mundo me conoce, voy a ahorraros la presentación, que en teoría debería hacer en estos momentos y voy a centrarme en las palabras que voy a deciros.

Como todos sabéis, Juan era uno de mis mejores amigos, desde pequeños hemos sido ‘uña y carne’. Fuimos juntos al colegio y al instituto, donde Juan destacaba por encima de los demás. A pesar de ser el hijo de un carnicero y de un ama de casa era muy inteligente, capaz de sorprender a los propios profesores del instituto que le auguraban un gran futuro donde él quisiera. Yo sin embargo era más burro para todas esas cuestiones,  y sin la ayuda de mi amigo no habría conseguido el graduado escolar y el bachiller, para así poder entrar en la fábrica del señor Ramírez. 

Nuestros caminos se separaron en ese momento. Juan se dirigió a la ciudad para entrar en la universidad, era un apasionado de la historia y la filosofía, supongo que cursaría alguna de esas dos carreras. Yo seguí mi camino en nuestro querido pueblo, como todos sabéis ascendí en la fábrica hasta llegar a ser uno de los jefes de planta y me casé con mi querida Isabel, con la que tengo un niño.

Al cabo de 8 años, Juan apareció por el pueblo, vestido con un traje de corbata y con los ojos apagados. Había perdido su ilusión y su fuerza interior, lo que lo mantenían vivo se había esfumado, cuando, en teoría, iba a disfrutar de la vida, porque iba a hacer lo que más le gustaba, estudiar en las preciadas universidades de este país.

No lo conocí, yo, su mejor amigo no era capaz de acceder a su interior. Tenía un escudo a su alrededor que no permitía que las personas, que realmente le queríamos, nos acercáramos, no contaba nada, no expresaba nada, solamente leía y se sentaba durante horas frente del televisor. Sus padres me pidieron, como un favor personal, si podría hablar con el señor Ramírez para que entrara a trabajar en la fábrica, no lo dudé, era mi mejor amigo y lo tenía que ayudar.

No decepcionó en la fábrica, a pesar de su enorme tristeza no había perdido su gran inteligencia. En todos los sitios a los que le asignaba demostraba todas sus habilidades y destacaba por encima del resto, sin embargo, al señor Ramírez no le acababa de convencer. Me decía que algo escondía ese muchacho, era demasiado inteligente para estar trabajando en la fábrica. El señor Ramírez me ordenó que no promocionara a Juan más allá de los trabajos más simples.

Con el paso de los meses Juan estaba más deprimido, veía como las personas a su alrededor ascendían poco a poco, sin embargo él estaba en los mismo sitios que cuando empezó. Una tarde vino a pedirme explicaciones, no pude decirle la verdad, aunque sabía perfectamente que la iba a descubrir. Un tío tan inteligente como Juan no podía ser engañado de aquella manera.

Todos estos acontecimientos nos llevaron al día fatídico, al momento por el que estamos reunidos aquí. Juan vino un día a la fábrica y subió directamente al despacho de don Ramírez, como todos saben le disparó con la escopeta de su padre en el pecho, para luego suicidarse allí mismo. Nadie ha logrado descubrir cómo consiguió llevar la escopeta hasta la oficina. 

Hoy estoy aquí hablando a las pocas personas que han tenido el valor de venir al entierro de un asesino para decirles una cosa. Juan ha sido el ejecutor de este asesinato, pero no es culpa suya. Todos tenemos la culpa por aceptar esta sociedad, que premia a los inútiles que nacen con dinero y castiga a aquellos que son inteligentes, pero han tenido la mala suerte de nacer en el lugar equivocado.

Desde aquí culpo a todos esos partidos políticos que llenan sus relucientes bocas con la bandera de la igualdad y la libertad, mientras que bajo la sombra de esta enseña cometen los mismos errores del pasado. Aboco por que estos políticos insufribles aclaren la situación en la que vivimos y hablen claro. Estamos todavía en una sociedad estamental hereditaria, no permiten el ascenso social sin el beneplácito de los grandes barones. 

Estas muertes son solo producto de un sistema pernicioso que destroza a las mentes más brillantes y las evoca al fracaso total. Sólo pido que cuando recordéis a Juan, no lo hagáis como un asesino despiadado, sino como una víctima de este sistema viciado que no nos permite ascender sin el permiso de quién controla el ascensor.

1 comentario:

  1. Qué lástima que no exista el "me gusta" del face aquí, porque me has dejado sin palabras Lianiaski, lo has dicho tú todo. Tengo los pelos de punta...

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