El viernes comenzaron las clases para los más pequeños, lo suyo si es depresión posvacacional y no lo que le recetan los comesueños a sus padres. Un percance vino a romper la eterna imagen de lloros, rabietas y gritos en pos de las madres. Una grieta enorme atravesaba la pared del pabellón principal provocando la mudanza de los niños hasta otro colegio más moderno.
El cambio de colegio lleva consigo el abandono de una tradición centenaria, la vieja escuela ve sus paredes vacías y agrietadas, mientras que un nuevo edificio se erige a poca distancia del mismo, para acoger a todos aquellos que se hayan en la calle por culpa de la vejez.
Esos niños, hijos de obreros, ven como sus vidas cambian por unos meses, su viejo colegio de barrio agoniza ante sus ojos. Tienen que mudarse a otro distrito, donde no son bien recibidos, pues, sus ropas y modales no son aceptados por aquellos que no están acostumbrados a moverse entre aquellos nuevos seres.
El sistema estipula que la igualdad entre alumnos es primordial. El profesor los atiende con todo su empeño y esfuerzo, para así asentar las piedras de la siguiente generación de ciudadanos, que mantendrá una sociedad igualita, donde se premiará la inteligencia y el trabajo de cada uno.
Sin embargo, no todo son luces en el país de la igualdad y el progreso. Estos niños, que abandonan su lugar de origen para recibir la misma educación en otro sitio, ven como las reglas del juego cambian para ellos.
Por más que se esfuercen a la hora de estudiar y realizar trabajos, estos niños ven como sus notas no llegan al nivel de sus compañeros, que siempre están alegres y alardean de su ociosa vida.
El tiempo pasa para estos niños y los cuerpos cambian, sin embargo la vida sigue siendo igual. Ellos se esfuerzan realizando todos sus trabajos, sin embargo, sus compañeros siguen obteniendo las mejores notas, a pesar de su, más que aparente, dejadez por todo lo relacionado con el trabajo y la responsabilidad.
Siguen pasando los años, y aquellos niños que compartían un aula por casualidad, ahora se cruzan por la calle. Unos atraviesan la ciudad en grandes coches conducidos por desconocidos, mientras que los otros los observan desde las aceras camino de la fábrica. ¿Dónde está la justicia social? Muy fácil, en el nuevo hijo de dios, que ha bajado para salvarnos, el dinero.