viernes, 16 de septiembre de 2011

La grieta de mi escuela


El viernes comenzaron las clases para los más pequeños, lo suyo si es depresión posvacacional y no lo que le recetan los comesueños a sus padres. Un percance vino a romper la eterna imagen de lloros, rabietas y gritos en pos de las madres. Una grieta enorme atravesaba la pared del pabellón principal provocando la mudanza de los niños hasta otro colegio más moderno.  

El cambio de colegio lleva consigo el abandono de una tradición centenaria, la vieja escuela ve sus paredes vacías y agrietadas, mientras que un nuevo edificio se erige a poca distancia del mismo, para acoger a todos aquellos que se hayan en la calle por culpa de la vejez.

Esos niños, hijos de obreros, ven como sus vidas cambian por unos meses, su viejo colegio de barrio agoniza ante sus ojos. Tienen que mudarse a otro distrito, donde no son bien recibidos, pues, sus ropas y modales no son aceptados por aquellos que no están acostumbrados a moverse entre aquellos nuevos seres. 

El sistema estipula que la igualdad entre alumnos es primordial. El profesor los atiende con todo su empeño y esfuerzo, para así asentar las piedras de la siguiente generación de ciudadanos, que mantendrá una sociedad igualita, donde se premiará la inteligencia y el trabajo de cada uno.

Sin embargo, no todo son luces en el país de la igualdad y el progreso. Estos niños, que abandonan su lugar de origen para recibir la misma educación en otro sitio, ven como las reglas del juego cambian para ellos.

Por más que se esfuercen a la hora de estudiar y realizar trabajos, estos niños ven como sus notas no llegan al nivel de sus compañeros, que siempre están alegres y alardean de su ociosa vida.

El tiempo pasa para estos niños y los cuerpos cambian, sin embargo la vida sigue siendo igual. Ellos se esfuerzan realizando todos sus trabajos, sin embargo, sus compañeros siguen obteniendo las mejores notas, a pesar de su, más que aparente, dejadez por todo lo relacionado con el trabajo y la responsabilidad.

Siguen pasando los años, y aquellos niños que compartían un aula por casualidad, ahora se cruzan por la calle. Unos atraviesan la ciudad en grandes coches conducidos por desconocidos, mientras que los otros los observan desde las aceras camino de la fábrica. ¿Dónde está la justicia social? Muy fácil, en el nuevo hijo de dios, que ha bajado para salvarnos, el dinero.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Homenaje a mi amigo Juan


Todo el mundo me conoce, voy a ahorraros la presentación, que en teoría debería hacer en estos momentos y voy a centrarme en las palabras que voy a deciros.

Como todos sabéis, Juan era uno de mis mejores amigos, desde pequeños hemos sido ‘uña y carne’. Fuimos juntos al colegio y al instituto, donde Juan destacaba por encima de los demás. A pesar de ser el hijo de un carnicero y de un ama de casa era muy inteligente, capaz de sorprender a los propios profesores del instituto que le auguraban un gran futuro donde él quisiera. Yo sin embargo era más burro para todas esas cuestiones,  y sin la ayuda de mi amigo no habría conseguido el graduado escolar y el bachiller, para así poder entrar en la fábrica del señor Ramírez. 

Nuestros caminos se separaron en ese momento. Juan se dirigió a la ciudad para entrar en la universidad, era un apasionado de la historia y la filosofía, supongo que cursaría alguna de esas dos carreras. Yo seguí mi camino en nuestro querido pueblo, como todos sabéis ascendí en la fábrica hasta llegar a ser uno de los jefes de planta y me casé con mi querida Isabel, con la que tengo un niño.

Al cabo de 8 años, Juan apareció por el pueblo, vestido con un traje de corbata y con los ojos apagados. Había perdido su ilusión y su fuerza interior, lo que lo mantenían vivo se había esfumado, cuando, en teoría, iba a disfrutar de la vida, porque iba a hacer lo que más le gustaba, estudiar en las preciadas universidades de este país.

No lo conocí, yo, su mejor amigo no era capaz de acceder a su interior. Tenía un escudo a su alrededor que no permitía que las personas, que realmente le queríamos, nos acercáramos, no contaba nada, no expresaba nada, solamente leía y se sentaba durante horas frente del televisor. Sus padres me pidieron, como un favor personal, si podría hablar con el señor Ramírez para que entrara a trabajar en la fábrica, no lo dudé, era mi mejor amigo y lo tenía que ayudar.

No decepcionó en la fábrica, a pesar de su enorme tristeza no había perdido su gran inteligencia. En todos los sitios a los que le asignaba demostraba todas sus habilidades y destacaba por encima del resto, sin embargo, al señor Ramírez no le acababa de convencer. Me decía que algo escondía ese muchacho, era demasiado inteligente para estar trabajando en la fábrica. El señor Ramírez me ordenó que no promocionara a Juan más allá de los trabajos más simples.

Con el paso de los meses Juan estaba más deprimido, veía como las personas a su alrededor ascendían poco a poco, sin embargo él estaba en los mismo sitios que cuando empezó. Una tarde vino a pedirme explicaciones, no pude decirle la verdad, aunque sabía perfectamente que la iba a descubrir. Un tío tan inteligente como Juan no podía ser engañado de aquella manera.

Todos estos acontecimientos nos llevaron al día fatídico, al momento por el que estamos reunidos aquí. Juan vino un día a la fábrica y subió directamente al despacho de don Ramírez, como todos saben le disparó con la escopeta de su padre en el pecho, para luego suicidarse allí mismo. Nadie ha logrado descubrir cómo consiguió llevar la escopeta hasta la oficina. 

Hoy estoy aquí hablando a las pocas personas que han tenido el valor de venir al entierro de un asesino para decirles una cosa. Juan ha sido el ejecutor de este asesinato, pero no es culpa suya. Todos tenemos la culpa por aceptar esta sociedad, que premia a los inútiles que nacen con dinero y castiga a aquellos que son inteligentes, pero han tenido la mala suerte de nacer en el lugar equivocado.

Desde aquí culpo a todos esos partidos políticos que llenan sus relucientes bocas con la bandera de la igualdad y la libertad, mientras que bajo la sombra de esta enseña cometen los mismos errores del pasado. Aboco por que estos políticos insufribles aclaren la situación en la que vivimos y hablen claro. Estamos todavía en una sociedad estamental hereditaria, no permiten el ascenso social sin el beneplácito de los grandes barones. 

Estas muertes son solo producto de un sistema pernicioso que destroza a las mentes más brillantes y las evoca al fracaso total. Sólo pido que cuando recordéis a Juan, no lo hagáis como un asesino despiadado, sino como una víctima de este sistema viciado que no nos permite ascender sin el permiso de quién controla el ascensor.

martes, 6 de septiembre de 2011

El calor en verano

Uno de los principales problemas con los que se encuentran los medios informativos en verano es la ausencia de noticias interesantes. Por ello nunca viene mal recurrir al tema
del calor que hace en verano en nuestra geografía. En los meses de julio y agosto, es normal encontrarnos con noticias no muy rigurosas, avaladas por fotografías o imágenes de termómetros
callejeros que marcan una temperatura exagerada y que no se corresponde con la realidad.

Estas imágenes ocupan bastantes minutos en los telediarios con el periodista de turno buscando récords de temperatura y posando junto a un termómetro al sol cuyos valores no tienen ninguna validez.

Lo que un termómetro tiene que medir es la temperatura del aire circundante. De ahí que se usen garitas meteorológicas blancas, de doble persiana, que protegen el sensor de temperatura de los rayos solares directos y reflejados, asegurando a la vez una correcta ventilación en su interior.



Garita Davis en una estación meteorológica automática

En los termómetros callejeros, habitualmente desprovistos de protección, la carcasa publicitaria es negra, gris o de colores oscuros, dependiendo de la decoración urbanística. Por ello, el sensor de temperatura se calienta en exceso debido a la radiación solar y falsea los resultados. De ahí que aparezcan temperaturas de 50ºC cuando la oficial raramente llegará a los 40ºC. En otras ocasiones, el sensor está en el exterior desprovisto de protección y al lado de la carcasa con lo que no es raro encontrarnos situaciones como la de la siguiente foto, en la que el termómetro está marcando 68ºC.



Lo más correcto es el dato oficial, y a falta de estos (la estación oficial de AEMET más cercana está en Lorca), los datos de aficionados con estaciones meteorológicas automáticas instaladas en condiciones correctas, pueden dar una información aproximada y fiable sin desviaciones muy significativas.

Que un termómetro callejero se dispare dos grados por encima de la temperatura real es algo asumible ya que su finalidad es publicitaria y no meteorológica: anunciar algún negocio local o bebida refrescante.

Pero a estas alturas no es muy serio que, un medio de comunicación de nivel nacional al que se le presupone algo de rigurosidad, de por válida y presente como noticia que los termómetros están marcando 48ºC en Sevilla, y es que mentir no mienten porque el termómetro lo está marcando pero…

Recomiendo leer en el blog de José Antonio Maldonado (meteorólogo y antiguo hombre del tiempo en RTVE) el artículo acerca de la medición de la temperatura.

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